Las jornadas catequéticas forman, permiten aprendizajes significativos, posibilitan lecturas y conocimientos, dan razón de la fe desde el afecto o las sensaciones y no sólo desde el conocimiento. Con ello se intenta dar una respuesta de fe a Dios como algo verdaderamente humano y no opuesto a la razón mientras que se desarrollan los valores propuestos por Jesús en el Evangelio.

Los nuevos soldados de Dios

Javier dejó novia, casa y coche; Íñigo dio el paso después de licenciarse en Derecho y Relaciones Internacionales; Luis todavía bromea con lo que le gustan las chicas... Así son los novicios de los Jesuitas, que inician en San Sebastián una intensa preparación que puede durar hasta 15 años 
La vidriera del noviciado de San Sebastián recoge el momento en que Ignacio de Loyola pronuncia sus votos en Montmartre.:: JOSÉ IGNACIO LOBO ALTUNA
Chica, casa, coche, moto y un trabajo en una gestora de fondos de inversión capaz de catapultarle a las esferas más altas del firmamento financiero. Al madrileño Javier Días las cosas le iban tan bien que cuando comunicó hace un par de años a su familia y sus amigos su intención de ingresar en un noviciado para hacerse jesuita, todo a su alrededor se volvió perplejidad. «La primera reacción es de sorpresa y en algunos casos de oposición, aunque a medida que pasa el tiempo las cosas se van calmando». Javier, 29 años y verbo apasionado, tuvo que vencer las resistencias de un padre que juzgaba su decisión demasiado radical. «Él insistía en que podía compatibilizar mi labor de ayuda a los demás con mi vida familiar y profesional, pero en mi interior yo ya sabía que había llegado el momento de dar el paso».

Javier es uno de los siete jóvenes que se han incorporado este curso al noviciado San Francisco Javier, el centro por el que pasan desde 2006 todos los aspirantes a jesuita de España. Se trata de un viejo edificio ubicado en el corazón del colegio que la Compañía de Jesús tiene en San Sebastián, que como no podía ser de otra forma lleva el nombre de San Ignacio de Loyola. La casa fue durante años el hogar de los jesuitas que impartían clases en el centro, reemplazados hace ya tiempo por docentes seglares. «Hasta el año 2001 había siete noviciados en todo España, pero con la crisis de vocaciones se tomó la decisión de dejar un único centro que al principio se radicó en Zaragoza y unos años más tarde se trasladó aquí», explica Pablo Alonso, maestro de novicios.

El naufragio causado en las órdenes religiosas por la caída de vocaciones también ha afectado a los jesuitas. Los cerca de 36.000 integrantes que sumaba la compañía en sus años dorados, los que siguieron al final del Concilio Vaticano II, allá por 1965, se han quedado en poco más de 18.000. Así y todo, los discípulos de San Ignacio siguen siendo la orden masculina más importante del catolicismo y una de las organizaciones más influyentes del planeta por su extraordinaria red educativa. En sus colegios y universidades estudian en torno a 1,5 millones de alumnos, aunque esa cifra se multiplica por dos si se suman los chavales que acuden a centros adheridos al movimiento Fe y Alegría, una red docente que trabaja en áreas desfavorecidas de países en desarrollo y que tiene una fuerte implantación en América Latina.

La portentosa maquinaria levantada por los antiguos soldados de Cristo -en EE UU aún se les conoce coloquialmente como 'God's marines', marines de Dios- anda necesitada de nueva savia para seguir haciendo buenas las palabras pronuncias por Pablo VI en 1975: «Donde quiera que en la Iglesia, incluso en los campos más difíciles o de primera línea, ha habido o hay confrontaciones: en los cruces de ideologías y en las trincheras sociales, entre las exigencias del hombre y mensaje cristiano allí han estado y están los jesuitas»

Cada año se contabilizan entre 450 y 500 nuevos novicios, la mayor parte de ellos procedentes de Asia, África y América Latina. La India es ya desde hace tiempo el país que más vocaciones aporta. En los centros de Estados Unidos y Europa occidental, antaño principales semilleros de la compañía, la edad media ha crecido de forma alarmante y el reemplazo generacional ha pasado a ser una utopía. En España, donde se llegaron a contabilizar hasta 150 aspirantes anuales, sobran los dedos de las manos para contar las nuevas incorporaciones: siete al año.

«Igual es mejor así», razona el madrileño Íñigo Alcaraz, un licenciado en Derecho y Relaciones Internacionales con planta de modelo que cumple su segundo año de noviciado. A Íñigo, que tiene 24 años, le parece que la calidad está por encima de la cantidad cuando se habla de vocaciones. «A día de hoy el que se mete en esto lo hace porque lo tiene muy claro, no como antes, que igual se dejaban llevar por la corriente». Y muy claro tenía que tenerlo él cuando dijo adiós, después de una estancia en la India con niños desheredados, a un itinerario balizado que le conducía directamente al éxito profesional. «Era consciente de que con mi expediente académico y los contactos de mi familia no me iban a faltar oportunidades de tener un buen trabajo, pero después de lo que viví en la India me di cuenta de que mi camino no era ese».

Revelación, experiencia, iluminación, llamada... No hay consenso entre los novicios para denominar el sentimiento que ha puesto sus vidas patas arriba. Quizás en el diccionario no haya un término lo suficientemente expresivo para describir el costurón que se abre en el alma cuando se toma una decisión así. Tampoco se ponen de acuerdo a la hora de acotarlo en el tiempo; para unos es producto de años de reflexión y para otros, un brote que surge de la noche a la mañana. En el caso del propio Íñigo, el detonante fue su participación en el verano de 2008 en un proyecto auspiciado por la Universidad de Comillas para construir un centro médico en una aldea india. «Por las mañanas trabajábamos en las obras y por las tardes íbamos a una misión en la que había unos cuarenta niños dalits, que son los parias». El contacto con aquellos chavales activó un complejo mecanismo que al cabo de un año desembocó en la decisión de ingresar en la Compañía de Jesús. «En mi familia hubo un desgarro tremendo, aunque con el tiempo las cosas se han normalizado y lo han asumido».

Íñigo cumple su segundo año de noviciado y es por tanto uno de los veteranos del centro. El proceso de formación de un jesuita es extraordinariamente complejo y puede durar hasta quince años. Es el precio a pagar por la hegemonía intelectual de la orden dentro del mundo católico. El maestro de novicios, que tiene entre otros estudios la carrera de Filología Bíblica, resume el itinerario: dos años de noviciado, otros dos de juniorado (estudios de humanidades que van del arte a la historia pasando por los idiomas), tres de filosofía, dos de magisterio (se interrumpen los estudios para participar en alguna actividad de la compañía, generalmente educativa) y cuatro de teología. «No es un recorrido cerrado y depende tanto de la evolución de la persona como de los conocimientos con los que llega cuando inicia el proceso», acota el responsable de formación.

Esos conocimientos no suelen ser pocos. La práctica totalidad de los doce aspirantes que viven en San Sebastián tienen estudios superiores y son además capaces de manejarse en varios idiomas, algo que se valora singularmente en una compañía que hizo de la 'globalización' una de sus señas fundacionales muchos siglos antes de que las multinacionales imprimiesen al término un concepto puramente mercantil. 

El primer filtro 

Suele ser muy raro que alguien eche la toalla durante el noviciado. Los candidatos llegan con las ideas claras y antes de entrar tienen el soporte de un acompañante que les ayuda a descubrir si realmente están en condiciones de embarcarse en la aventura. «Es lo que se conoce como prenoviciado, que sirve de preparación y a la vez contribuye a disipar las incertidumbres de los que quieren entrar en el centro», aclara el maestro de novicios. En esa etapa, que suele durar un curso académico, el aspirante sigue viviendo con su familia y realiza una vida convencional mientras reflexiona sobre su futuro. El prenoviciado hace las veces de filtro: alrededor del 25% de los aspirantes suele abandonar la idea de hacerse jesuitas en esos meses.

Pasado ese primer tamiz llega la hora de la verdad. Al cruzar las puertas del noviciado uno deja atrás toda su vida anterior. Es la gran prueba. «Con lo que a mí me gustan las chicas, ¡para rato me veía yo viviendo así hace unos pocos años!», bromea Luis Salinas, un leridano de 27 años de talante campechano y sonrisa fácil que cumple su segundo año. Licenciado en Ciencias Ambientales y amante de la naturaleza, el sueño de Luis pasaba por compartir un hogar en el campo con su pareja. «Me imaginaba a mí mismo dando clases en el instituto de algún pueblo y llevando una vida apacible con mi chica en una casa que tuviese su propio huerto», insiste risueño. El ejercicio del celibato ha sido desde que el hombre es hombre el principal factor disuasorio de las vocaciones religiosas. «Las cosas que me gustaban antes me siguen gustando igual ahora, pero ha surgido otro elemento que me atrae más y que hace que ya no tengan la importancia que les daba», zanja Luis sin enredarse en más disquisiciones. 

Los votos -pobreza, obediencia y castidad- se pronuncian al terminar estos dos años de formación, aunque hay una asunción implícita del compromiso al ingresar en el centro. Este periodo combina actividades orientadas a la introspección -30 días de ejercicios espirituales, misa y una hora de oración diarias- con experiencias de servicio a la comunidad. El novicio pasa largas etapas asistiendo a internos de un centro psiquiátrico -un mes- o colaborando con las tareas que se llevan a cabo en una casa de acogida para enfermos de sida. En el segundo año se lleva a cabo una 'prueba', la peregrinación, que dice mucho del espíritu que impregna a la orden ignaciana: se les 'abandona' en una localidad y deben desplazarse a otra situada a decenas o centenares de kilómetros sin disponer de recursos económicos, como si se tratara de un programa de supervivientes. Durante quince días se tienen que buscar literalmente la vida para viajar y procurarse además el sustento.

El noviciado se cierra con el pronunciamiento de los votos en una ceremonia que en los últimos años ha tenido de escenario el Santuario de Loyola (Azpeitia), lugar de nacimiento del fundador y epicentro sentimental de la compañía. Es entonces cuando los novicios adquieren la condición de jesuitas. No todos los jesuitas, sin embargo, terminan siendo sacerdotes. Para hacerlo deben adaptarse al prolijo itinerario de formación establecido. La ordenación sacerdotal suele llegar en la parte final del recorrido, generalmente al término de los estudios de teología. El proceso culmina con la tercera probación, una experiencia similar al noviciado que dura seis meses y en la que la compañía «evalúa por última vez la aptitud del sujeto para ser admitido definitivamente en ella». A la prueba le siguen los últimos votos y el ingreso formal en la orden. Habrán pasado entonces una media de quince años.

Hacerse jesuita, como se ve, exige algo más que la renuncia a los placeres del mundo terrenal. Quienes recorren todo el itinerario formativo adquieren un bagaje de conocimientos y destrezas que hace de ellos un auténtico cuerpo de élite dentro del catolicismo. No es extraño que con esos poderes la orden haya suscitado históricamente recelos dentro y fuera de la propia Iglesia. «Sabemos que al aceptar el servicio a Dios podemos exponernos a grandes riesgos, a la muerte incluso como ha ocurrido no pocas veces, pero lo asumimos con todas sus consecuencias». Palabra de novicio.