Escrito por: Víctor CODINA, S.J.
Este artículo es
parte de la «Minga» o número colectivo de revistas latinoamericanas de teología, un servicio a las
revistas animado por la Comisión Teológica Latinoamericana de la
ASETT/EATWOT
I. Un verdadero
Pentecostés
El deseo y oraciones de Juan XXIII pidiendo que el Vaticano
II fuera un Pentecostés para la Iglesia, fue ampliamente escuchado por el
Señor. El Vaticano II fue una auténtica irrupción del Espíritu sobre la
Iglesia, un acontecimiento salvífico, un kairós. Hay un “antes” un “después”
del Vaticano II.
Este tema ha sido tan ampliamente estudiado[1] que bastará
recordar las líneas fundamentales del cambio producido en el Concilio:
- de la Iglesia de Cristiandad, típica del Segundo milenio,
centrada en el poder y la jerarquía, se pasa a la Iglesia del Tercer milenio
que recupera la eclesiología de comunión típica del Primer milenio y al mismo
tiempo se abre a los nuevos signos de los tiempos (GS 4; 11; 44);
- de una eclesiología centrada en sí misma, se abre a una
Iglesia orientada al Reino;
- de una Iglesia sociedad perfecta se pasa a una Iglesia
misterio, radicada en la Trinidad (LG I);
- de una eclesiología exclusivamente cristocéntrica (¡incluso
cristomonista!) se pasa a una Iglesia que vive tanto bajo el principio
cristológico como bajo el principio pneumático del Espíritu (LG 4);
- de una Iglesia centralista a una Iglesia corresponsable y
sinodal que respeta las Iglesias locales;
- de una Iglesia identificada con la jerarquía a una Iglesia
toda ella Pueblo de Dios con diversos carismas (LG II);
- de una Iglesia triunfalista que parece haber llegado a la
gloria a una Iglesia que camina en la historia hacia la escatología y se llena
del polvo del camino (LG VII);
- de una Iglesia señora y dominadora, madre y maestra
universal a una Iglesia servidora de todos y en especial de los pobres;
- de una Iglesia comprometida con el poder a una Iglesia
solidaria con los pobres;
- de una Iglesia arca de salvación a una Iglesia sacramento
de salvación, en diálogo con las otras Iglesias y las otras religiones de la
humanidad, en pleno reconocimiento de la libertad religiosa (DH).
En este sentido se ha dicho que el Vaticano II, y concretamente
la constitución Lumen Gentium, ha sido un Concilio de transición, entendida
esta transición como el paso de una eclesiología tradicional a otra
renovada[2]. Para algunos es el paso del anatema al diálogo (R. Garaudy), un
verdadero aggiornamento de la Iglesia; para otros, seguramente excesivamente
optimistas, el requiem del constantinismo…
II. Y sin embargo…
Sin entrar aquí y ahora en lo que ha sucedido en el
inmediato y posterior postconcilio, ya el mismo Vaticano II presenta una serie
de déficits que lastrarán sus elementos positivos y los ensombrecerán.
Además de que el Vaticano II tuvo que acceder a admitir una
serie de enmiendas ( o modos) de los grupos más conservadores, que hacen que su
eclesiología contenga una cierta ambigua dualidad entre el acento jurídico de
la eclesiología tradicional y la afirmación de la eclesiología de comunión (
como Acerbi ha señalado), el Concilio no trata y guarda silencio sobre temas ya
entonces candentes: el celibato sacerdotal y la carencia de ministros ordenados,
el papel de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, la participación de los
seglares en la responsabilidad ministerial, la sexualidad, la disciplina del
matrimonio, la forma de elegir a los obispos, el estatuto eclesiológico de los
obispos auxiliares, de los nuncios y cardenales, la función de la curia romana,
la relación entre democracia y valores, entre leyes civiles y morales, la
relación con las Iglesias orientales separadas de Roma…
Estas lagunas han hecho que la magnífica eclesiología de
comunión del Vaticano II en la práctica haya quedado muchas veces a mitad de
camino por falta de mediaciones eclesiales concretas para llevarlas a la
práctica. Muchos de estos temas se convertirán en el postconcilio, sobre todo
en tiempo de Pablo VI, en cuestiones no sólo candentes sino conflictivas.
Pensemos, por ejemplo, en la polémica surgida en torno a la Humanae Vitae.
III. Invierno
eclesial
Añadamos a lo anterior que el Vaticano II, luego de quince
siglos de constatinismo eclesial, produjo muchas reacciones y exageraciones en
el seno de la Iglesia. Desde la sociología y en concreto desde la sociología
religiosa esto no debería extrañarnos: una gran masa de fieles no cambia
rápidamente de sus modos de pensar y de actuar.
Algunos sectores muy conservadores se resistieron a aceptar
el Vaticano II, creyeron que la Iglesia doblaba sus rodillas ante la Modernidad
(Maritain, Bouyer…). Mucho peor y más intransigente fue la postura del Mons,
Marcel Lefebvre que acabó formando un grupo disidente (Fraternidad de Pío X)
que fueron finalmente excomulgados por Juan Pablo II (1988) al proceder
Lefebvre a nombrar sus propios obispos. La cuestión litúrgica (el deseo de
volver a la liturgia latina de Pío V), no fue lo más importante: en el fondo
había un rechazo frontal del Vaticano II al que se acusaba de protestantismo y
modernismo.
Conocemos toda la evolución que ha ido teniendo este grupo hasta
nuestros días y los difíciles caminos de reconciliación. Si para algunos de
ellos el Vaticano II fue una auténtica cloaca, ¿cómo poder dialogar con
ellos?...
Estas posturas críticas estaban también influidas por la
deficiente hermenéutica y recepción del Concilio por otros grupos opuestos.
Hubo de parte de algunos sectores de la Iglesia una interpretación
excesivamente libre y alegre del Vaticano II, lo cual produjo excesos, abusos y
exageraciones en terrenos dogmáticos, litúrgicos, morales, ecuménicos… y lo que
fue más doloroso, el abandono del ministerio por parte de muchos sacerdotes y
de la vida consagrada por parte de muchos religiosos y religiosas.
A esto se sumó un descenso de la práctica dominical y
sacramental, los divorcios, el aumento de indiferencia religiosa, el descenso
entre las vocaciones sacerdotales y religiosas, un ambiente muy secularizado y
crítico frente a la Iglesia…
Esto explica el hecho de que dentro de personas muy
responsables y representativas de la Iglesia se hiciera una crítica si no del
Vaticano II, sí ciertamente de su aplicación. Aquí hay que señalar la
entrevista que tuvo el Cardenal Josef Ratzinger, Prefecto de la Congregación de
la Fe, con el periodista italiano Vittorio Messori[3]. Ratzinger no crítica al
Concilio sino al anti-espíritu del Concilio que se ha introducido en la
Iglesia, fruto de los embates de la modernidad y de la revolución cultural sobre
de Occidente. No defiende una vuelta atrás sino una restauración eclesial, una
vuelta a los auténticos textos conciliares para buscar un nuevo equilibrio y
recuperar la unidad y la integridad de la vida de la Iglesia y de su relación
con Cristo. No se siente muy inclinado a resaltar la historicidad de la
Iglesia, ni los signos de los tiempos, ni el concepto de Pueblo de Dios, ni a
apoyar las conferencias episcopales, que le parece que asfixian el papel del
obispo local. Cree que los últimos veinte años después del Concilio han sido
desfavorables para la Iglesia y opuestos a las expectativas de Juan XXIII. Ni
la teología liberadora de América Latina, ni las religiones no cristianas, ni
el movimiento feminista gozan de su simpatía. El tono del diálogo es más bien
pesimista y sombrío, mientras para él un rayo luminoso de esperanza lo
constituyen los nuevos movimientos laicales y carismáticos[4]…
Frente a esta postura crítica de Ratzinger sobre el
postconcilio, el cardenal de Viena, Franz König, que jugó un papel muy
importante en el Vaticano II, escribió un libro, Iglesia, ¿adónde vas?[5], en
el que afirma que la minoría conciliar veía el concilio como una amenaza y
utilizó todo su poder para vaciarlo de contendido. Para König, la Iglesia de
hoy, sin el Vaticano II habría sido una catástrofe y mira con sospecha los
intentos actuales de restauración eclesial.
El Sínodo de obispos de 1985 convocado por Juan Pablo II
defendió la identidad del Vaticano II frente a sus impugnadores, sin embargo
sustituyó el concepto de Pueblo de Dios por del Iglesia Cuerpo de Cristo,
reforzó la importancia de la santidad y de la cruz en la iglesia (seguramente
creyendo que Gaudium et Spes era demasiado optimista y humanista), cambió la
palabra pluralismo por la de pluriformidad, e intentó leer Gaudium et Spes
desde Lumen Gentium y no al revés.
Se ha dicho que la minoría conciliar que fue “derrotada” por
el Vaticano II, poco a poco ha ido enarbolando la interpretación y conducción
del Vaticano II. Lentamente hemos ido pasando de la primavera al invierno
conciliar (K. Rahner), a una vuelta a la gran disciplina (J.B. Libânio), a una
restauración eclesial (J.C. Zízola), a una noche oscura eclesial (J.I. González
Faus). A la revista Concilium, liderada por los grandes teólogos conciliares,
se le añade en 1972 la revista Communio, inspirada por H.U. von Balthasar con
una línea teológica diferente. Von Balthasar parece ser la gran figura
teológica del post-Concilio, como lo fue Rahner del Concilio. Algo está
cambiando.
Muchos de los documentos del magisterio que se han ido
produciendo en tiempo de Juan Pablo II en estos últimos años, como Apostolos
suos (1998) sobre las conferencias episcopales, Communionis notio (1992) sobre
las Iglesias locales, la Instrucción sobre la colaboración de los fieles laicos
en el ministerio de los sacerdotes (1987), la Instrucción Dominus Iesus (2000)
sobre el diálogo inter-religioso, marcan un claro retroceso respecto a la
inspiración más profunda del Vaticano II.
A casi 50 años de la clausura del Concilio, algunos se
preguntan si en el Concilio realmente sucedió algo[6]. Frente a esta postura un
tanto crítica y dubitativa, los estudios históricos dirigidos por G.
Alberigo[7] han demostrado fehacientemente que el Vaticano II fue un verdadero
“acontecimiento”. Pero no han faltado reacciones en contra, como la de Mons. A.
Marchetto, para quien el Vaticano II no opera ninguna ruptura con el pasado,
sino que es preferible hablar de continuidad[8]. El mismo Benedicto XVI
prefiere hablar de reforma sin ruptura[9].
IV. Cambio de acentos
Pero si dejamos un tanto de lado las diversas hermenéuticas
y aplicaciones del Vaticano II, para fijarnos en el nuevo contexto
socio-eclesial que hoy vivimos, constataremos que ha habido como un corrimiento
de acentos y de interés en la apreciación y actualidad de los mismos documentos
conciliares.
Para poner algún ejemplo, si la eclesiología del Vaticano II
estuvo centrada en Lumen Gentium en una Iglesia ya constituida, hoy día vemos
que el decreto Ad Gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia recobra
mayor actualidad y urgencia, y esto no sólo para los llamados “países de
misión” sino también y quizás sobre todo para los mismos países de tradición
católica, convertidos hoy en verdaderos países de misión, donde es necesaria
una nueva evangelización.
El ecumenismo conciliar, expresado sobre todo en el decreto
Unitatis Redintegratio, parece quedar un tanto desplazado ante la actualidad
del diálogo inter-religioso que el mismo Vaticano II propició en su decreto
Nostra Aetate. ¿Qué sentido y urgencia tienen las discusiones domésticas entre
cristianos ortodoxos, evangélicos y anglicanos, cuando el grave problema es la
relación con las grandes mayorías no cristianas? Toda la problemática
ecuménica, evidentemente no desaparece, pero queda como en un segundo lugar
ante los problemas religiosos y políticos del diálogo con el Islam, Hinduismo,
Budismo, Judaísmo y las religiones originarias, lo que algunos llaman
macro-ecumenismo, aunque a otros disgusta este nombre.
Para poner otro ejemplo intra-eclesial, las discusiones en
torno a la Nota previa introducida un tanto misteriosamente al final de la
Lumen Gentium sobre la relación entre primado y colegialidad episcopal, quedan
hoy muy relativizadas y como desplazadas ante el pedido del mismo Juan Pablo II
en su encíclica Ut Unum Sint (1995) de que dirigentes y teólogos de las
diferentes Iglesias y comunidades cristianas le ayuden a reformular el
ejercicio del primado petrino hoy, para que, sin renunciar a su misión de
servicio a la comunión, deje de constituir un obstáculo (¿el principal?) para
la unión de los cristianos.
¿Qué está sucediendo? ¿Cómo interpretar estos cambios que
afectan al mismo ser eclesial?
V. Entre el caos y el
kairós.
Más allá de las buenas o males voluntades, más allá de las
diferentes ideologías en torno al Vaticano II, hay que reconocer que hoy
estamos ante un cambio de época, estamos entrando en una crisis de cultura
mundial, no precisamente destructiva, pero sí de proporciones inéditas.
Antropólogos, sociólogos, filósofos e historiadores
reconocen que vivimos una situación nueva, una especie de tsunami y de
terremoto global, que afectan a todas las dimensiones de nuestra existencia:
sociales, económicas, políticas, culturales y también religiosas y
espirituales. La generalización y aceleración de las comunicaciones, la
globalización de flujos energéticos y de los recursos, la movilidad de las
personas, el impacto creciente e inesperado de la ciencia, la amenaza de la
degradación del planeta, nos producen la impresión de caos generalizado.
Si hace algunos años todavía se soñaba en el Estado de
bienestar, actualmente todo el mundo vive en una atmósfera de inseguridad, de
incertidumbre y precariedad. La llamada “época axial” o el “tiempo eje” que
desde el 900 a. C. hasta el 200 a. C. configuró la sabiduría y cosmovisión
religiosa de China (Confucio), India (Buda), Grecia (Sócrates) e Israel
(Isaías, Jeremías y los profetas)[10], hoy ha entrado en una profunda crisis y
se necesita elaborar un “segundo tiempo axial” (K. Jaspers).
Todo esto naturalmente afecta a nuestra conciencia religiosa
y eclesial. J.B. Metz ha formulado en una especie de sorites los cambios que
vivimos a nivel religioso y eclesial. Frente a una época de pertenencia
pacífica en la Iglesia hoy hemos ido pasando primero a afirmar “Cristo sí,
Iglesia no”, para luego ir avanzando a “Dios sí, Cristo, no” y más adelante
“religión sí, Dios, no”, para acabar diciendo “espiritualidad sí, religión no”.
En este clima caótico de cambio e incertidumbre
generalizada, la problemática del Vaticano II ha quedado de algún modo
desplazada o incluso superada. Ya no tiene mucho sentido seguir discutiendo
sobre ritos litúrgicos, la curia vaticana, la disminución de la práctica
dominical, el control de natalidad, la comunión a los divorciados o las parejas
homosexuales…Los problemas son mucho más radicales y de fondo. Las generaciones
jóvenes son las que más lo perciben y sufren.
El Vaticano II fue un concilio fuertemente eclesiológico,
centrado en la Lumen Gentium y en la Gaudium et Spes. Respondía a la pregunta
que Pablo VI había lanzado a los padres conciliares: “Iglesia, ¿qué dices de ti
misma?”. Todos los demás documentos giran en torno a la Iglesia o convergen en
ella: revelación, liturgia, laicado, Pueblo de Dios, jerarquía, vida religiosa,
ecumenismo, diálogo con el mundo moderno etc.
Pero pocos años después del Vaticano II, el mismo Pablo VI,
en una semana social de Francia cambió la pregunta del Concilio y la convirtió
en esta otra: “Iglesia, ¿qué dices de Dios?”
El teólogo y cardenal Walter Kasper reconoce que el Vaticano
II se limitó demasiado a la Iglesia y a las mediaciones eclesiales y descuidó
de atender al verdadero y auténtico contenido de la fe, a Dios[11].
Y Rahner llegó a afirmar que el concilio Vaticano I había
sido más audaz que el Vaticano II al haberse atrevido a tratar la cuestión del
misterio inefable de Dios. Y escribió:
“El futuro no preguntará a la Iglesia por la estructura más
exacta y bella de la liturgia, ni tampoco por las doctrinas teológicas
controvertidas que distinguen la doctrina católica de los cristianos no católicos,
ni por un régimen más o menos ideal de la curia romana. Preguntará si la
Iglesia puede atestiguar la proximidad orientadora del misterio inefable que
llamamos Dios. (…) Y por esta razón, las respuestas y soluciones del pasado
Concilio no podrían ser sino un comienzo muy remoto del quehacer de la Iglesia
del futuro”[12].
La Iglesia ha de concentrarse en lo esencial, volver a Jesús
y al evangelio, iniciar una mistagogía que lleve a una experiencia espiritual
de Dios, es tiempo de espiritualidad y de mística. Y también de profecía frente
al mundo de los pobres y excluidos que son la mayor parte de la humanidad, y
frente a la tierra, la madre tierra, que está seriamente amenazada. Mística y
profecía son inseparables. La Iglesia ha de generar esperanza y sentido a un
mundo abocado a la muerte.
No es tiempo de retoques parciales, estamos en un tiempo que
recuerda al que precedió inmediatamente a la Reforma. Hay que ir a lo esencial.
Y no engañarnos, no caer en la vieja tentación de tocar violines mientras el Titánic
se hunde…
En este clima de perplejidad y de crisis universal, los
cristianos afirmamos que en medio de este caos, está presente la Ruaj, el
Espíritu que se cernía sobre el caos inicial para generar la vida, el mismo
Espíritu que engendró a Jesús de Maria Virgen y lo resucitó de entre los
muertos. Del caos puede surgir un tiempo de gracia, un kairós, una Iglesia
renovada, nazarena, samaritana, más pobre y evangélica.
Algunas voces postulan un nuevo concilio, pero en este caso
no debería ser un Vaticano III, sino un Jerusalén II…
[1] Me permito remitir a mi libro, Para comprender la
eclesiología desde América Latina, Estella. España, 2008, nueva edición
actualizada.
[2] A.J. de Almeida, Lumen Gentium. A transiçâo necessária,
Sâo Paulo 2005.
[3] V. Messori / J. Ratzinger, Informe sobre la fe, Madrid
1985.
[4] Para comprender el pensamiento teológico de J. Ratzinger
puede ayudar el texto de J. Martínez Gordo, La cristología de Josef
Ratzinger-Benedicto XVI. A la luz de su biografía teológica, Cuadernos Cristianismo
i Justicia nº 158, Barcelona 2008.
[5] K. König, Iglesia, ¿adónde vas?, Santander 1986.
[6] D.G. Schultenhover (ed.), Vatican II, Did Anything
Happen?, New York 2007.
[7]G. Alberigo (ed.), Historia del Concilio Vaticano II,
I-V, Salamanca 1999-2008.
[8] A. Marchetto, El Concilio Ecuménico Vaticano II.
Contrapunto para su historia, Valencia 2008. Véase S. Madrigal, El
“aggiornamento”, clave teológica para la interpretación del Concilio. Sal
Terrae (febrero 2010) 111-127.
[9] Benedicto XVI, Discurso de felicitación de Navidad a la
curia romana, 2005.
[10] K. Armstrong, La gran transformación, Barcelona 2007.
[11] W. Kasper, El desafío permanente del Vaticano II, en
Teología e Iglesia, Barcelona 1989, p 414.
[12] K. Rahner, El Concilio, nuevo comienzo, Barcelona 1966,
p 22.