14/03/13
Por P. Rafael Velasco, S.I.
Jesuita. Rector de la Universidad Católica de Córdoba.
Tomado de El Clarín
Finalmente ha sido elegido Jorge Mario Bergoglio, jesuita y argentino para más datos. Más allá de estas particularidades quiero centrarme en algunos de los desafíos que tendrá que afrontar.
Creo firmemente que el desafío central de la Iglesia no está en la curia y sus internas, sino en la credibilidad, dada por la fidelidad a su misión. Por eso el primer y más profundo desafío para el Papa Francisco será poner a los pobres en el centro de la Iglesia; hacer de verdad opción preferencial por los pobres. No sólo en los documentos sino en acciones reales, gestos y acciones contundentes.
Otro, no menor, será restaurar el diálogo hacia adentro de la Iglesia.
Esto significa abrir ciertos debates que están clausurados o soterrados; a saber: el acceso a los sacramentos –en particular la comunión- por parte de los divorciados y vueltos a casar; o la actitud sacramental respecto de las personas que comparten su vida matrimonialmente con otra de su mismo sexo; o la cuestión del celibato optativo o de permitir que hombres casados accedan al ministerio ordenado; o abrir el discernimiento acerca de la posibilidad de ordenación de mujeres.
La Iglesia tiene la misión de ser Signo de lo que la Humanidad está llamada a ser: una fraternidad en la que todos somos hermanos porque somos hijos del mismo Padre.
A eso debe dedicarse el Papa: a animarnos a ser signos de fraternidad (hacia afuera y hacia adentro). Y esa es una tarea ardua de muy largo aliento. Porque es medular. Y no andamos demasiado bien en eso.
Necesitamos ejemplo y compasión en ese camino.
Son muchas las expectativas puestas en una sola persona. Tal vez sea injusto pedir tanto.
Me conformaría con que el Papa Francisco sea un hombre profundamente humano. Es decir, una persona que conoce de cerca los caminos que transitamos los hombres, que no están exentos de contradicciones, ambigüedades y, también, pecado. Que sea una persona compasiva porque ha experimentado en sí mismo la compasión; que sea capaz de empatizar con las angustias y los sufrimientos del que camina a tientas en la oscuridad, esperando una mano que lo ayude a seguir; que sea un hombre capaz de alegrarse con las pequeñas alegrías de los demás; un hombre de fe, que crea de verdad en Jesucristo y nos lo anuncie con palabras sencillas, claras, humildes; pero sobre todo con sus gestos. Que sea, en definitiva lo que su cargo indica: el sucesor del modesto pescador de Galilea.
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